miércoles, 7 de noviembre de 2012

El madrugar

Todos sabemos lo complicado que es madrugar. Tener que escuchar todas las mañanas el mismo sonido del despertador. Sí, ese mismo despertador al que, si por nosotros fuera, no le haríamos caso nunca. Pero siempre hay alguien (como tu madre) que se encarga de recordarte que es tu obligación el madrugar, como por ejemplo para poder ir a clase.
Antes del cambio de hora, por lo menos a mí, me costaba algo menos el madrugar, porque cuando salía de casa, seguía siendo prácticamente de noche y quieras que no me relajaba, era sencillo tomarse las cosas con un poco más de calma.
Pero en cambio ahora, en cuanto ya estás en pie, el sol también está fuera, o al menos parcialmente. Claro que también he de admitir que se nota mucho esa horita ''de más''.
Y ahora que estamos en otoño, hay que mencionar el hecho de la lluvia por las mañanas, o la tormenta, o ese viento con tan mala leche que no te deja ni sacar el paraguas (como hoy).
Llamadme loca, pero muchas veces pienso que el mundo no tiene ganas de que madruguemos.
¿Pero sabéis lo malo? O al menos una de las cosas malas. Que te acabas acostumbrando a madrugar. Sí, suena de locos, pero es la verdad. Llega un punto en el que lo haces todo de forma automática. Como por ejemplo yo:
-Suena el despertador, lo apago. Me levanto. Me visto. Me peino. Desayuno. Hago alguna que otra cosa más y salgo de mi casa.
Una vez fuera, las piernas empiezan a moverse solas. Las sientes pesadas, e incluso te pesan los ojos, por culpa del sueño, pero es como un movimiento inconsciente. Te diriges al mismo sitio de todos los días siendo consciente de ello pero a la vez no. Qué sin-sentido, ¿no?
Lo bueno es que la mañana no dura eternamente y el momento de llegar a casa de nuevo, aunque se retrasa muchísimo, acaba llegando.

Fdo.: AyameN.

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